Memorias de una antropóloga que viaja en el tiempo
La primera parada de la máquina del tiempo de Amber Case (Portland, 1987) data de principios de los 90. Habita en ella la niña de cuatro años que era cuando decidió comenzar un diario. Sus recuerdos serían los muros de un bastión que la pubertad no podría contaminar con sus extravagancias. “En algún momento seré adolescente. El cerebro adolescente se enrarece por las hormonas”, pensaba. “Ahora soy una niña. Tengo superpoderes. Tengo un cerebro que no se ha asentado. Puedo hacer cualquier cosa, aprender cualquier cosa. Tengo mucho tiempo libre y no tengo que pagar alquiler. Esto es genial”.